Y es que, aunque extrañamente ahora nadie ha recordado el hecho, allá por los años 80 hubo un breve escándalo porque se supo que uno de los curas del Instituto Cumbres había violado a algunos de los chicos de dicha escuela. En su momento se vio como un caso aislado, y pronto se perdió el interés en el asunto.
Pasaron los años; el caso quedó en el olvido, y con el tiempo empezó a hacerse cada vez más evidente el poder que los Legionarios estaban tomando. ¿La ruta elegida? La compra de escuelas de niños ricos en la Ciudad de México. Muchos colegios que en su momento habían sido escuelas independientes y más o menos decentes, fueron adquiridos para formar parte de un estilo educativo caracterizado por las prácticas más patéticas de la clase media mexicana. A saber:
* Racismo. En los colegios de los Legionarios, ser guapo y ‘güerito’ es una virtud indispensable para ser consentido de la dirección –y, en el caso de los varones, para que te pongan la mira en la labor de reclutar nuevos miembros para la orden.
* Clasismo. Ser de ‘buena familia’ es aún mejor que ser bonito. Las familias ‘bien’ son, por mucho, el objetivo predilecto de la orden.
* Prejuicios hipócritas. Me consta de primera mano: cuando los Legionarios se apoderan de una escuela, una de sus primeras misiones es llevar a cabo una limpia de maestras y empleados divorciados.
* Mediocridad. Para no darle tantas vueltas, me limitaré a decir que en las escuelas de los Legionarios el nivel educativo es un tema de poca importancia.
Los Legionarios de Cristo son una institución que se encuentra podrida desde los cimientos y a lo largo de toda su estructura, y los detalles mencionados no son sino una manifestación de dicha putrefacción.
Pero la peor parte está, ya lo sabemos, en la negra y tenebrosa historia de corrupción relacionada con los abusos sexuales ejercidos por el fundador y alma de la orden, Marcial Maciel. El maldito padre Maciel.
No soy un experto en el tema, y abundan las fuentes sobre el asunto, pero aun así haré un recuento de cómo es que todo esto salió a la luz (lo hago de memoria, así que habrá algunas inexactitudes; pero el relato es en esencia cierto):
Hace unos 13 años, un legionario destacado, ex rector de la Universidad Anáhuac –que junto con el Instituto Cumbres ha sido la institución educativa ‘histórica’ de los Legionarios–, en su lecho de muerte le confesó a un compañero legionario: en su vida había sido víctima de abusos sexuales por el padre Maciel, lo cual le atormentaba enormemente en esos últimos momentos. Y –menudo encargo– le pidió que denunciara su caso; que no quedara impune.
A esta denuncia se unieron otras, también de legionarios y ex legionarios, que armaron un caso en contra de Maciel y de la orden, y lo presentaron ante los tribunales eclesiásticos en El Vaticano. Pero, lejos de justicia y empatía hacia las víctimas, la respuesta institucional fue de rechazo: no hubo juicio, no hubo el seguimiento que el caso merecía. Y cuando acudieron al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, éste les respondió que el caso no podría ir adelante, pues el padre Maciel era una persona muy cercana al Papa Juan Pablo II.
Fue entonces cuando los agraviados decidieron abrir el caso a la opinión pública. En México el asunto se ventiló públicamente en el canal 40, guiado por Ciro Gómez Leyva, que en forma valiente dio voz a los denunciantes –y digo valiente, porque eso provocó que grupos católicos retrógradas ejercieran su poder en contra del canal 40, dando paso a bloqueos publicitarios que con el tiempo acabarían por destruir a ese prometedor canal–. Junto con Gómez Leyva y periodistas de su grupo, otros que desde entonces han abordado el tema han sido Carmen Aristegui y Javier Solórzano, también exponiéndose a odios y revanchas de esos grupos de poder.
Las revelaciones fueron brutales: por décadas, Maciel abusó de docenas de seminaristas en forma sistemática, y ejerció el terror en contra de cualquier intento de denuncia o rebelión, para lo cual contó siempre con la complicidad de altos jerarcas de la orden.
Para cualquiera con sentido común, estas denuncias hechas por las víctimas, hombres ya viejos que pusieron en juego su honra y su vida entera –muchos tuvieron que renunciar al sacerdocio, lo cual significa dejar atrás aquello a lo que dedicaron sus años y su vida–, no podían ser sino ciertas. Pero para los Legionarios y para las personas afiliadas a sus distintos grupos de labor conocidos como el ‘Regnum Christi’, no eran sino inventos para desacreditar al santo Maciel. Maldita Legión, maldito Regnum…
Y al Papa Juan Pablo II, esa ensordecedora avalancha de acusaciones no le mereció mayor atención. A lo más que llegó fue a prescindir de Maciel en sus viajes a México (porque en su primer viaje, en 1979, Maciel figuró casi como el anfitrión al aparecer en la escalinata como uno de los principales personajes de la comitiva).
Pero los tiempos se llegaron: Juan Pablo II murió en abril de 2005, y su sucesor fue nada menos que Joseph Ratzinger, aquel prefecto de la Doctrina de la Fe que había negado la atención al caso Maciel aduciendo las preferencias el entonces papa.
Fue muy reconfortante ver que el nuevo papa sí atendió el asunto y actuó con la decencia que su predecesor simplemente nunca mostró: un año después de haber asumido el papado, Benedicto XVI le ordenó a Maciel que se retirara de la vida pública, y que no volviera a ejercer sus actividades sacerdotales públicamente.
Benedicto XVI. Él sí se atrevió.Muchos lo vieron como una medida tibia; pero en el fondo se trató de un tremendo golpe: obviamente, el proyecto de Maciel y de la Legión completa era iniciar un proceso de beatificación en el momento mismo en que ese degenerado se muriera. Pero el sólo hecho de que Benedicto XVI lo hubiera enviado al retiro, era una prueba inequívoca de que el Papa daba credibilidad a las versiones de sus abusos, y con eso quedaba cerrada para siempre la más mínima posibilidad de una eventual canonización.
Maciel se murió en 2008, y al menos se supo humillado y objeto del repudio generalizado.
Pero las acusaciones no cesaron: con el tiempo se siguió insistiendo acerca de sus abusos y de los encubrimientos por parte de la orden. También se supo que Maciel tenía mujeres e hijos (que, a la luz de lo visto, ya no se veía como algo pecaminoso –aunque sí bastante hipócrita); e incluso se demostró que alguna de sus publicaciones no era sino un plagio de una obra escrita años antes por un tercero.
Y la gota que derramó el vaso se dio a principios del 2010: sus propios hijos denunciaron públicamente que Maciel, su padre, ¡también había abusado sexualmente de ellos, de sus propios hijos!
Ante tal escándalo, la farsa ya no pudo sostenerse más. La orden de los Legionarios de Cristo por fin reconoció públicamente los crímenes y pecados de Marcial Maciel (aunque, siempre mentirosos, insistiendo que ellos no lo sabían), y repudió su figura. Y, mostrando por fin sensibilidad y un poco de sensatez frente a lo innegable, Álvaro Corcuera, el sucesor de Maciel, ha dicho que hablará personalmente con las víctimas de sus abusos.
Marcial Maciel me parece una de las personas más putrefactas y deleznables en las que puedo pensar. La Legión, encubridora institucional de sus actos horrendos, me merece similares calificativos. Y al Regnum Christi y personas afines, también les destino parte de mi desprecio y mis reclamos por ejercer su vocación de Satanás con un crucifijo en la mano.
Él ya está muerto. Y la Legión, un poco.
Quienes trabajaron con Maciel son inevitablemente co-responsables de sus crímenes y de sus inmoralidades. Creo que los Legionarios de Cristo, si quieren tener algo de credibilidad y autoridad moral, tendrían que hacer un relevo generacional drástico: traer gente nueva al timón, y al grupo de Maciel invitarlos, como en su momento hizo el Papa Benedicto XVI, a que se retiren a funciones menores, para ver si así pueden expiar las culpas de su conciencia (y, considerando que alguien de quien se ha abusado es un abusador en potencia, de paso se reduciría el riesgo de que estos patrones se sigan repitiendo contra los ingenuos que crean que la Legión de Cristo es un lugar adecuado para entrar al sacerdocio bajo los principios que Jesús de Nazareth hace 20 siglos predicó).
el alacrán maciel está en el infierno...
ResponderEliminarJuan Pablo II no será santo nunca.
Amén porque Juan Pablo II no sea santo y que un remolino se lleve a los degenerados idiotas pederastas. ¡No más podredumbre en el mundo, Padre Santo!
ResponderEliminarrealmente era un demonio, es una pena no lo alla pagado en vida lo que hizo, pero me pregunto y los padres y profesores no se dieron cuenta, yo no mendaria a mis hijos a esa escuela ni aunaque fuera gratis!!!!!!
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