El Ejército Mexicano es una de las instituciones más respetadas por la población, según se desprende de las encuestas que regularmente se llevan a cabo en la materia.
Y se entiende que así sea, pues, al igual que en cualquier otro país, el ejército es un representante clave de valores fundamentales tales como la unidad nacional, la identidad y la soberanía nacional, y de factores abstractos relacionados, como el orgullo patrio y el sentido de pertenencia.
Sin embargo, de unos años para acá dicha situación se ha visto en entredicho.
Tradicionalmente, el Ejército Mexicano se ha desempeñado en un ámbito de acción bastante bien delimitado, siendo sus principales labores la ayuda a la población –sobre todo en situaciones de desastre– y la lucha contra el narcotráfico.
Y es precisamente en el combate al narco donde las cosas se han salido de control.
La tarea del Ejército a la hora de combatir al narcotráfico siempre se había dado en territorios rurales, con destrucción de plantíos, revisiones en carreteras, etcétera. Pero cuando Felipe Calderón asumió la Presidencia, muy pronto se vio que la lucha contra el narcotráfico sería su bandera de batalla. La cosa iba en serio, y por supuesto, el encargo recayó en el Ejército.
A mi juicio, dicha estrategia en su momento fue correcta, ya que se trataba de algo conveniente para él, y necesario para el país. Conveniente, porque ante los cuestionamientos de legitimidad con que llegó a la Presidencia, a Calderón le era indispensable emprender acciones de alto impacto que le ayudaran a afianzarse en el poder, y ésta era una opción bastante adecuada para tal fin. Y necesario, porque en los años anteriores la delincuencia organizada había venido ganando espacios en la estructura social, y ya era imperativo hacerles frente.
Quizás el asunto podría haber acabado bien, pero a la mitad del camino se atravesó la crisis económica mundial, y las cosas se salieron de control.
Si de por sí cualquier entorno de violencia resulta muy desgastante para la población, eso se vuelve mucho peor cuando el contexto económico es complicado. Eso es lo que ha pasado en México: después de un par de años de crisis económica profunda, se vuelve mucho más difícil estar oyendo de más balaceras, ejecuciones y demás formas de violencia enloquecida. La gente está de muy mal humor, furiosa con el gobierno, enojada con el país, y cuestionando cada vez más al Ejército.
Si el efecto de la crisis sobre la lucha contra la delincuencia se limitara únicamente a esos aspectos de ánimo y percepción, la cosa no sería tan preocupante. Una campaña de comunicación bien dirigida podría resarcir gran parte del daño; y si el trabajo contra el narco es eficaz, los resultados positivos bastarían para que la gente a la larga le encontrara sentido a la situación.
El problema es que la cosa no se queda en el ánimo, sino que se traduce en una situación en verdad perniciosa.
Debido a la crisis, el desempleo y la falta total de oportunidades son una realidad para millones de jóvenes de todo el país. Nuestra sociedad no les ofrece ni empleo, ni calidad de vida ni ningún otro tipo de oportunidades para visualizar un futuro digno. Únicamente desesperanza. Así de terrible. Así de profundo es el fracaso.
Y mientras nuestras estructuras económicas y sociales formales no son capaces de dar respuestas a las demandas y expectativas de los jóvenes, la delincuencia sí tiene un futuro que ofrecerles: un futuro viable de poder y riqueza, pero al costo terrible de vivir en la ilegalidad, en la violencia y en la disyuntiva brutal de matar o morir. Trágico, pero al fin y al cabo un futuro.
Es así como el narco y la delincuencia organizada poco a poco se han ido infiltrando en el tejido social, de tal suerte que cada vez hay más personas y familias que de alguna forma se ligan a estas actividades. En otras palabras, el narcotráfico cada vez construye una base social más amplia.
Muchos piensan que la guerra contra el narco es, por definición, imposible de ganar. Yo no comparto esa visión; pero en la medida en que el narcotráfico sea una válvula de escape para la población desilusionada, la delincuencia tiene mucho más capacidad de regeneración ante los daños que se le infrinjan. Y en ese contexto, es innegable que una eventual victoria del Estado se vuelve algo en verdad remoto.
Lo cual nos lleva de regreso a nuestro tema original: el Ejército Mexicano y su imagen frente a los ojos de la población.
El silogismo es sencillo: La guerra contra el narco, mientras la crisis económica persista, simplemente no la vamos a ganar. Y mientras la guerra no se acabe, el desgaste será cada vez mayor. ¿Quién pagará la factura? En buena medida, el Ejército.
El gobierno, el congreso y los partidos políticos han perdido toda credibilidad, y son absolutamente despreciados por la población. El país se nos cae a pedazos. Y en medio de ese desastre, el Ejército Mexicano es una de las pocas instituciones que siguen siendo respetables (y respetadas), en buena medida porque todos los días se juegan la vida –literalmente– por proteger nuestra seguridad.
Guste o no, el Ejército es un factor de estabilidad y cohesión, y más nos vale que siga siendo así.
Urge encontrar una fórmula para que el Ejército Mexicano ya no siga desgastando su imagen. El prestigio del Ejército es un capital importante de este país. No podemos darnos el lujo de ponerlo en riesgo.
En breve volveré sobre el tema.
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